PSIC. GABRIELA OSORIO VILLASEÑOR WWW.PSICOTERAPIACATOLICA.COM 3 Fármacos y psicoterapia Esta "pandemia mental" ha provocado inevitablemente en todos los países occidentales un aumento del uso de psicofármacos como ansiolíticos, antidepresivos, sedantes y antipsicóticos, uso que la mayoría de las veces degenera en abuso2 . En Italia, por ejemplo, las dos regiones centrales, Las Marcas y Umbría, registraron un aumento del consumo de ansiolíticos del 68% y el 73%, respectivamente 3. Pero en realidad, no hacen falta estudios científicos "peer reviewed" para atestiguar lo que es evidente y está a la vista de todos. Cualquier farmacéutico puede, por ejemplo, confirmar que desde 2020 los productos más vendidos son precisamente los psicofármacos, y nunca antes se habían recetado con tanta facilidad. Sabemos muy bien que la psiquiatría, y en general toda la medicina oficial, al tener una visión mecanicista del cuerpo humano, tiene una tendencia general a rechazar las terapias naturales, holísticas y espirituales, también y sobre todo por una investigación científica cada vez menos creíble al estar totalmente en manos de las multinacionales Big Pharma, por tanto ya no independiente sino en un enorme conflicto de intereses, que impone a los médicos un enfoque "ideológico" muy fármaco-dependiente. Así, se ha consolidado la idea de que es posible curar el sufrimiento con una simple pastilla: estos fármacos también se recetan a los niños, a pesar de que no existen estudios que demuestren su eficacia y, lo que es peor, los efectos a largo plazo sobre su desarrollo cognitivo. El caso más emblemático se refiere probablemente a los trastornos alimentarios, que han aumentado exponencialmente desde el Covid, con un descenso espectacular de la edad media de inicio de los síntomas: por experiencia personal, no es raro ver a niñas con anorexia nerviosa de tan sólo 9-11 años en el hospital con sondas nasogástricas para alimentación forzada. Estos niños, que ni siquiera son adolescentes, son tratados con benzodiacepinas, antipsicóticos y antidepresivos durante meses y a veces años, sin que ningún estudio científico tenga un mínimo de credibilidad para demostrar la validez a largo plazo de un enfoque tan peligroso: estos fármacos se prescriben simplemente porque, ante situaciones objetivamente verdaderamente complejas y dramáticas, no se sabe qué otra cosa hacer. La farmacoterapia (que, recordemos, trata el síntoma y casi nunca va a la causa del problema), debe seguir siempre la lógica de la "dosis mínima eficaz" durante el menor tiempo posible, ayudar en la fase álgida de la enfermedad (donde en muchos casos los fármacos son útiles y a menudo imprescindibles) y ser meticulosamente controlada con el objetivo de conseguir la eliminación total del fármaco en el menor tiempo posible una vez estabilizado el cuadro psicopatológico. La toma de psicofármacos debería ir siempre acompañada de un proceso terapéutico con especialistas psicológicos: el problema es que los fármacos casi siempre interfieren fuertemente en la terapia, ya que el paciente ve ralentizadas sus funciones cerebrales y a menudo es incapaz del razonamiento más trivial. Esta simple consideración debería llevar a los psiquiatras a prescribir fármacos sólo en casos verdaderamente indispensables, remitiendo siempre a los pacientes menos graves a un "buen psicólogo".
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